Caso Pablo Laurta: la mente de un asesino y el trasfondo psicológico y social del horror

SOCIEDAD15 de octubre de 2025Redacción Diario El EnfoqueRedacción Diario El Enfoque
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El doble femicidio de Córdoba y el crimen del remisero de Concordia conmocionaron al país. Detrás del nombre de Pablo Laurta aparece la pregunta que muchos se hacen: ¿cómo alguien llega a cometer actos tan crueles? Expertos en psicología criminal explican los mecanismos mentales y emocionales que suelen operar en este tipo de agresores.

El caso de Pablo Rodríguez Laurta, detenido tras una serie de crímenes que incluyen el doble femicidio de Luna Giardina y su madre, Mariel Zamudio, y el asesinato del remisero Martín Palacio, expuso una vez más la brutalidad que puede esconderse tras una apariencia de normalidad.
Vecinos, familiares y conocidos describieron a Laurta como “educado” y “trabajador”. Sin embargo, detrás de esa fachada se habría gestado un patrón de control, celos y violencia que terminó en tragedia.

Especialistas en psicología criminal explican que en muchos de estos casos no se trata de un arrebato momentáneo, sino del desenlace de un proceso psicológico marcado por la posesión emocional y la incapacidad de aceptar la pérdida del dominio sobre la víctima.

“Cuando un hombre siente que pierde el control sobre una mujer que considera suya, algunos responden con violencia extrema. No toleran el rechazo ni la independencia del otro”, señalan los profesionales.

Entre los rasgos que suelen repetirse, aparecen la falta de empatía, el narcisismo y la tendencia a manipular y dominar. Son personas que no sienten culpa real, sino frustración por haber “perdido” algo que creían propio.
En palabras de un especialista, “no matan por odio, sino por control; no soportan que la víctima exista fuera de su poder”.

En el caso de Laurta, las denuncias previas por violencia de género y una orden de restricción muestran un patrón sostenido de agresión. Según los psicólogos forenses, eso demuestra que la violencia se construye con tiempo, no de un día para el otro: primero hay humillación, luego aislamiento y finalmente agresión física o mortal.

Otro elemento central es la frialdad posterior al crimen. Laurta viajó, ocultó pruebas y se desplazó con el hijo menor, lo que revela un grado de cálculo incompatible con un brote psicótico.

“En muchos agresores de este tipo hay una mente lúcida pero deshumanizada, explican los criminólogos: pueden planificar con precisión, pero carecen de conexión emocional con el daño que provocan”.

La psicología criminal denomina a este tipo de perfiles “violentos integrados”: personas que pueden trabajar, socializar y tener una vida familiar mientras esconden una estructura interna de dominio y crueldad.

Finalmente, los expertos advierten que la raíz de estos crímenes también es social y cultural.
El machismo, la idea de que el varón tiene derecho a decidir sobre la vida de una mujer, sigue alimentando conductas extremas.
Por eso, comprender las mentes violentas no significa justificarlas, sino reconocer que el peligro se gesta mucho antes del desenlace.

El caso Laurta es más que una historia policial. Es el espejo de una violencia que no se origina en un solo individuo, sino en una cultura que aún permite el control, la humillación y el desprecio como formas de vínculo.
Entender qué hay detrás de una mente así es, en definitiva, el primer paso para evitar que vuelva a repetirse.


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