

En medio de la discusión por la Ley de Emergencia en Discapacidad, el debate político volvió a cruzar límites que exponen una grieta mucho más profunda: la incapacidad de algunos sectores de asumir la humanidad detrás de las leyes y las votaciones.
Resulta insólito e inaceptable que se discuta si la asistencia a la discapacidad es o no un derecho. La inoperancia de los entes gubernamentales (ya sea por corrupción o por burocracia) solo suma agonía a las familias que día a día luchan por garantizar el bienestar de un ser amado.
Poner en tela de juicio el aspecto económico por encima del dolor de un padre, madre o hermano carece del más mínimo sentido. Lo que muchos califican como apatía o maldad del gobierno parece incluso quedarse corto frente a la saña de ciertos comunicadores y funcionarios que, con cinismo, atacan a personas con discapacidad para sostener posiciones políticas.
El caso del tuit del “Gordo Dan” (difusor de las ideas de La Libertad Avanza) contra la hija del senador Luis Juez, quien padece parálisis cerebral, es un ejemplo que desnuda la crudeza del debate público. Juez, aunque aliado del oficialismo, es antes que nada padre. Nadie puede obviar el dolor que implica atravesar esta situación, y era esperable que no votara en contra de las necesidades urgentes de miles de personas con discapacidad que dependen de la ayuda del Estado.
El problema no es cómo vota un legislador, sino el modo en que se degrada la dignidad de las personas para atacar a un adversario. La maldad es una cosa; la perversión es otra. En la perversión hay gozo en ver la miseria del otro, y eso obliga a preguntarse hasta dónde se puede llegar en nombre de la libertad de expresión.
La responsabilidad de ser comunicador social debería tener un límite. Sin embargo, cuando no lo hay, ¿quién lo establece? La justicia parece aplicar criterios distintos según los casos, y la sociedad se enferma cada vez más al vivir tambien en esa ambigüedad. Basta mirar las redes sociales para comprobarlo: el horizonte es difuso y quienes gobiernan (del partido que sean) muestran la misma desorientación.
La urgencia, hoy más que nunca, no es solo política. Es humana. Replantearnos como personas y como sociedad se vuelve indispensable si no queremos naturalizar la perversión como forma de gobernar.


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